En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿qué tiene deextraordinario? Lo mismo hacen los pecadores. Si prestan solamente cuando esperan cobrar, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores prestan a otros pecadores, con la intención de cobrárselo después.
Ustedes, en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos. Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida conque midan, serán medidos’’.
REFLEXIÓN:
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados
Es curioso que lo primero que se escuche de los adolescentes, o de los jóvenes, sea "no me juzgues".
Hay un gran impulso cultural para que todos no digan nada que pueda sonar "condenatorio" o "juicioso".
Pero, ¿qué está pasando realmente? ¿Hemos dejado de aceptar comentarios sobre nuestro comportamiento? ¿Estamos tan seguros de que somos perfectos como somos y nunca necesitamos ningún tipo de corrección fraterna?
No podemos "juzgar" las intenciones de las personas. Realmente no sabemos qué está sucediendo dentro de sus almas. Pero podemos juzgar acciones.
Juzgamos cuando miramos a ambos lados de la calle antes de cruzar; cuando tratamos de decidirnos entre helado de vainilla o chocolate; cuando nos damos cuenta de que un feto es una persona diferente a su madre, y por lo tanto el aborto es el asesinato de esta pequeña persona ...
No podemos condenar los motivos de alguien ni asumir cuáles podrían ser esos motivos.
Primero tenemos que mirar dentro de nosotros mismos. Para comprender nuestro propio pecado y ser contritos. Con la ayuda de un confesor, debemos aprender a ser algo duros con nosotros mismos. Ser conscientes de nuestros propios errores y trampas.
Pero esto no significa que no podamos enfrentarnos a las injusticias. Especialmente contra los más débiles de nuestra sociedad: los pobres, los no nacidos, los enfermos ... Contra las inmoralidades como el matrimonio homosexual o la explotación de menores.
Cuando rezamos por nuestros sacerdotes, por su santidad. Entonces Dios despierta en ellos la gracia de su vocación. ¿Crees que si continuamos haciendo esto y ellos se vuelven santos, podrían enseñarnos con sus palabras y su ejemplo?
¡Piensa en lo maravillosa que sería la sociedad si todos nuestros sacerdotes fueran santos!
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