En aquel tiempo, Jesús dijo: “¡Ay de ti, ciudad de Corozaín! ¡Ay de ti, ciudad de Betsaida! Porque si en las ciudades de Tiro y de Sidón se hubieran realizado los prodigios que se han hecho en ustedes, hace mucho tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza. Por eso el día del juicio será menos severo para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo”.
Luego, Jesús dijo a sus discípulos: “El que los escucha a ustedes, a mí me escucha; el que los rechaza a ustedes, a mí me rechaza y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”.
REFLEXIÓN
“El que los escucha a ustedes, a mí me escucha.”
Santa Teresa de Lisieux llevó una vida encantadora, amada por todas sus hermanas y sus padres. Era terca, amaba la virtud, pero era muy orgullosa de niña. Estaba rodeada de amor y Dios le había dado un corazón cálido y sensible para responder a este amor. Desafortunadamente, perdió a su madre cuando ella tenía 4 años y ocho meses.
Durante diez años desde la muerte de su madre, luchó con rabietas, llorando mucho y siendo muy sensible. Pero una Nochebuena, sus arrebatos emocionales llegaron a su fin. Y así se convirtió en una mejor persona. Sus oraciones fueron respondidas.
Ella era consciente de las muchas gracias que Dios le había dado y muchas veces se preguntaba, ¿por qué ella y no otra persona? Se preguntó por qué Dios tenía preferencias, por qué no dio el mismo grado de gracia a todos. Le sorprendió que derramara tanta gracia sobre pecadores tan grandes como san Pablo, san Agustín y tantos otros, como si estuviera imponiendo su gracia sobre ellos. Trató a muchas almas privilegiadas con la mayor ternura desde la cuna hasta la tumba. Pero muchas almas murieron sin conocer al Señor.
El buen Dios decidió mostrarle el misterio de la naturaleza. Porque cada flor que Él creó tenía una belleza propia y el esplendor de la rosa y la blancura del lirio no privó a la violeta de su aroma ni hizo menos deslumbrante el encanto de la margarita. Así fue en el mundo de las almas, el jardín de la creación del Señor. Dios creó grandes santos, comparándolos con las rosas y los lirios. Y, sin embargo, creó a los pequeños, contento con las margaritas y las violetas que anidaban a Sus pies para el deleite de Sus ojos. El amor de Dios brilló tanto en una alma pequeña como en una alma más grande.
Santa Teresa también tenía cuentas de buenas obras como una forma de llevar un registro de sus sacrificios. Cada vez que realizaba una buena acción, movía la cuenta hacia el otro extremo.
En 1888, a la edad de 15 años, ingresó a las Carmelitas de clausura junto con dos de sus hermanas mayores. Otra hermana se les unió más tarde. Sus cuatro hermanas se convirtieron en monjas. Sus padres Sts. Louis y Zélie Martin, fueron canonizados el 18 de octubre de 2015.
Conocida como Santa Teresa, la Pequeña Flor, murió a los 24 años de tuberculosis.
Fue canonizada 26 años después de su muerte.
(La historia de un alma: Autobiografía de la flor pequeña)
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