En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley.
Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos’’.
REFLEXIÓN
"Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos".
Siempre me pregunto si he enseñado a otros con mi ejemplo, pero de una manera muy negativa.
Recuerdo cuando la gente preguntaba por direcciones y les daba direcciones intrincadas "gire a la derecha en la antigua tienda de antigüedades" o "gire en la tercera estación de servicio". Desafortunadamente, me resulta difícil pensar en Norte o Sur, Este u Oeste cuando doy instrucciones. Al hacerlo, debo haber engañado a mucha gente. Sin embargo, sin querer.
Se dicen mentiras piadosas para protegerme o tratar de ser amable con la gente. Los niños ven a sus padres tomando atajos morales o chismeando, o tomando el camino más fácil, o no ayudando, o viviendo vidas muy mundanas, sin disciplinar o faltando a Misa. De cualquier forma en que vivamos, la gente lo notará. Estas situaciones son graves, porque son intencionales, deliberadas o inexcusablemente descuidadas.
El desvío espiritual no es bueno. Nuestras formas negativas pueden ser motivo para que otros consideren y aprueben el engaño, la confusión e incluso la pérdida del Reino.
Imagínense si no conociéramos nuestra dirección espiritual, nuestros mandamientos o los interpretáramos a nuestra manera, o los viviéramos de otra manera. ¿Cómo podríamos llevarnos a nosotros mismos, y mucho menos a alguien más, a Dios?
Estaremos en problemas si nuestras direcciones en la vida son las nuestras. No podremos dar ningún fruto y mucho menos mostrar a otros cómo cultivar y ser fructíferos si no hemos aprendido cómo hacerlo por nosotros mismos a través del Logos, la Palabra de Dios.
Que el Espíritu Santo inflame nuestros corazones e ilumine nuestras almas para ser los más grandes en el Reino.
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