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Foto del escritor Olivia M. Bannan

SÁBADO DE LA XIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, 02 DE JULIO DE 2022



Lectura del Santo Evangelio según MT 9:14-17


En aquel tiempo, los discípulos de Juan fueron a ver a Jesús y le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos no ayunan, mientras nosotros y los fariseos sí ayunamos?” Jesús les respondió: “¿Cómo pueden llevar luto los amigos del esposo, mientras él está con ellos? Pero ya vendrán días en que les quitarán al esposo, y entonces sí ayunarán.

Nadie remienda un vestido viejo con un parche de tela nueva, porque el remiendo nuevo encoge, rompe la tela vieja y así se hace luego más grande la rotura. Nadie echa el vino nuevo en odres viejos, porque los odres se rasgan, se tira el vino y se echan a perder los odres. El vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan’’.


REFLEXIÓN

"El vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan".


Al tratar de convertirnos en una nueva persona, a veces cambiamos solo las apariencias externas. Y mientras más personas comentan sobre nuestra vida de oración y nuestras actitudes, empezamos a pensar que tenemos el control total de nuestra santidad. Y no cambiamos interiormente. Entonces nos sentimos frustrados, heridos, enojados, ansiosos o comenzamos a castigarnos porque todavía estamos tratando de tener el control.


Dios siempre está presente en nuestras vidas. Siempre en el presente. ¿Somos conscientes de su cercanía con nosotros? ¿Vivimos nuestras vidas continuamente para estar cerca de Él? ¿O estamos mirando hacia atrás, recordándonos las fechorías del pasado, o mirando hacia el futuro" porque así" podemos predecir que el desastre está en camino.


No importa cuánto nos esforcemos por nuestra cuenta, a menos que vivamos diariamente en Su presencia, siempre conscientes de que Él está ahí con nosotros, no seremos nuevos.


Con odres nuevos, todo lo que Dios tiene reservado para nosotros, las gracias que Él nos da se derramarán sobre nosotros. Dios brillará en nosotros. La bondad y el amor crecerán, a medida que nuestras faltas se vuelvan más pequeñas y menos frecuentes.


Para ganar el cielo debemos llegar a ser como Dios. Y el Espíritu Santo nos conducirá a esa meta. Gradualmente nos volvemos mejores, menos errores, más autodisciplina. Requiere esfuerzo de nuestra parte, una vida de oración, sacrificio y trabajo.


Que seamos más conscientes de la presencia de Dios en nuestras vidas.


Dios te bendiga.

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