En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. (Cuando José y María entraban en el templo para la presentación del niño,) se acercó Ana, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.
REFLEXIÓN
"No se apartaba del templo ni de día ni de noche,
sirviendo a Dios con ayunos y oraciones."
Hace unas semanas alguien me preguntó "¿por qué estaba así?".
"¿Que?" , Respondí. Me preguntó de nuevo: "Si eras alocada en tu juventud, ¿cómo es que estás así ahora? ¿Por qué adoras a Jesús en la Eucaristía como lo haces?"
Pensando: "No soy una santa que camina sobre el agua", respondí: "Por las oraciones de mi madre".
La profetisa Ana pasó día y noche orando y ayunando en el templo. Lo había hecho durante décadas. Mucha gente piensa que los viejos no sirven para nada. Que debido a que la persona no puede "hacer" muchas cosas, se vuelve inútil.
El difunto cardenal Xavier Nguyễn Văn Thuận nos dice en su libro "Testigos de esperanza" que es bueno que nuestro cuerpo se vuelva lento con la edad, de lo contrario seguiríamos haciendo cosas hasta que murieramos
A medida que envejecemos y "hacemos" menos, tenemos más tiempo para orar. Este es el momento en que no somos inútiles. Al contrario, este es el momento en que nuestros mayores, los abuelos pueden transmitir su experiencia y amor a los nietos. Pueden ver la dinámica de la familia desde otra perspectiva y rezar por ellos, por nosotros.
Este es también el momento en el que pasamos en más silencio, por lo que es el momento en el que podemos escuchar a Dios hablarnos con más claridad.
Entonces, la próxima vez que "sientas" un pequeño tirón en tu alma para acercarte a Dios, podrían ser esos rosarios intercesores, misas, visitas eucarísticas o súplicas de oración que nuestras madres, padres y abuelos están diciendo por nosotros. Ora por ellos también.
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