En aquel tiempo, Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto. Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto”.
Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo. Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo, alabando a Dios.
REFLEXIÓN
"Ustedes son testigos de esto. Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto".
¿Podemos amar a alguien que no conocemos?
Al principio, podemos pensar que amamos, ya que nuestras pasiones no nos permiten ver la verdad, pero, una vez que sabemos quién es la persona, qué cree y cómo trata a las personas, entonces podemos con certeza amar o no amar.
¿Y cómo amamos a Dios? Él nos amó primero desde toda la eternidad. Envió a su Hijo unigénito para tomar una naturaleza humana, sufrir y morir por nuestros pecados y mostrarnos cómo amar. Y gracias a Jesús, la Verdad, sabemos amar, incluso al extraño.
A cada uno de nosotros se nos ha dado un don especial para edificar el Cuerpo de Cristo: la Iglesia. Qué y quiénes somos es lo que estamos destinados a ser.
En el Día de la Ascensión, Jesús comisionó a los apóstoles para testificar en Su Nombre lo que Él les había enseñado. Nuestra Jerusalén es nuestra familia, nuestro círculo inmediato, y debemos testificar, no acobardarnos ni retener al Espíritu que Él prometió que nos sería enviado como el poder de lo Alto.
Nuestra comisión es vivir la vida de quien ama y es amado por Dios. Debemos soportarnos unos a otros, promover la paz y ser testigos de la Palabra, Jesucristo. Un indicio de las muchas bendiciones que recibiremos es el gozo que experimentaron los apóstoles cuando regresaron a Jerusalén para esperar su promesa.
Dios sube a su trono entre gritos de alegría: un sonido de trompetas para el Señor.
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