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St. Alphonsus Liguori CSsR

Novena de Navidad ~ MEDITACIÓN 6 /Diciembre 21

La misericordia de Dios al venir del cielo para salvarnos con su muerte.

San Pablo dice que apareció la bondad y la misericordia de Dios nuestro Salvador (Tito 3: 4). Fue entonces, cuando el Hijo de Dios hecho hombre apareció en la tierra, que vimos cuán grande es la bondad de Dios para con nosotros. San Bernardo escribió que el poder de Dios apareció por primera vez a través de la creación del mundo, y sostener al mundo ha demostrado la sabiduría de Dios. Pero la misericordia de Dios apareció en un grado aún mayor cuando Dios tomó carne humana para salvar a la humanidad perdida con sus sufrimientos y muerte. ¿Y qué mayor misericordia podría habernos mostrado el Hijo de Dios que tomar sobre sí los dolores que hemos merecido?

Imagínelo como un bebé recién nacido, envuelto en pañales en un pesebre, incapaz de moverse o alimentarse por sí mismo. Solo para sobrevivir, confió en María para que lo alimentara con un poco de leche. Imagínelo muchos años después, en la sala del juicio ante Pilato, atado a una columna con cuerdas de las que no podía soltarse y azotado de pies a cabeza. Imagínelo en el viaje al Calvario, cayendo por el camino, por debilidad y por el peso de la cruz que cargaba. Finalmente, imagínelo clavado a ese árbol infame en el que terminó su vida, en agonía y sufrimiento.

Jesucristo quiso ganar todos los afectos de nuestro corazón por su amor por nosotros, y por eso no envió un ángel para redimirnos, sino que vino Él mismo, para salvarnos con su pasión y resurrección. Si un ángel hubiera sido nuestro redentor, tendríamos un corazón dividido: amar a Dios como nuestro creador y al ángel como nuestro redentor. Pero debido a que Dios, que es nuestro Creador, quiere todo nuestro corazón, eligió ser también nuestro Redentor.


Afectos y oraciones

Oh mi Redentor, ¿dónde estaría ahora si no me hubieras mostrado tanta paciencia, sino que me hubieras condenado a muerte cuando todavía estaba en pecado? Ya que me has esperado, oh Jesús, perdóname ahora y pronto, antes de que la muerte me sorprenda mientras todavía soy culpable de tantas ofensas contra ti. Me arrepiento, oh mi mayor bien, de haber ignorado tu Palabra y tus mandamientos. Siento que podría morir de vergüenza por mis pecados. Pero también sé que nunca podrás abandonar a quien te busque. Si te he fallado de alguna manera seria en mi vida, de ahora en adelante me propongo buscarte solo a ti y amarte solo a ti.

Sí, querido Dios, te amo sobre todas las cosas. Te amo más de lo que me amo a mí mismo. Ayúdame, Señor, a amarte siempre por el resto de mi vida. No pido nada más y confío en que me lo concedas.

María, esperanza mía, ruega por mí; porque si lo hace, estoy seguro de que recibiré la gracia de Dios.


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