En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.
Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.
REFLEXIÓN
“Si tú quieres, puedes curarme”
Si pudiera ver el estado de mi alma antes de la confesión, ¿parecería que estaba cubierta de lepra?
¿Qué se necesita para que Dios lo limpie? Que reconozca mis pecados ante un sacerdote que en persona Christi escuche mi confesión y me conceda la absolución.
Este Sacramento tiene muchos nombres, he aquí lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica al respecto:
1423 Se le denomina sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión (cf Mc 1,15), la vuelta al Padre (cf Lc 15,18) del que el hombre se había alejado por el pecado.
Se denomina sacramento de la penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador.
1424 Se le denomina sacramento de la confesión porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo este sacramento es también una "confesión", reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador.
Se le denomina sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente "el perdón [...] y la paz" (Ritual de la Penitencia, 46, 55).
Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor: "Ve primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt 5,24).
Al igual que el leproso, queremos estar limpios. El primer paso es traernos a Jesús, humillarnos e ir a confesarnos con un sacerdote, y la misericordia de Dios alcanzará y sanará nuestras almas una vez más.
Sin sacerdotes, no tendríamos este sacramento que nos devuelve a Dios. Recemos la Oración PAPA por los Sacerdotes para que este sacramento de renovación esté siempre disponible para nosotros.
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