En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de los cielos se parece también a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.
¿Han entendido todo esto?’’ Ellos le contestaron: “Sí”. Entonces él les dijo: “Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”.
Y cuando acabó de decir estas parábolas, Jesús se marchó de allí.
REFLEXIÓN
"Vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos
y los arrojarán al horno encendido".
Hoy en día nadie habla del Infierno y del castigo eterno. Supongo que la gente se cansó de escuchar sobre fuego y azufre y preferimos escuchar cosas positivas.
El año pasado estaba enseñando catecismo a niños de tercer grado. Cuando tocamos el tema del infierno, muchos de ellos retrocedieron físicamente ante la idea y me dijeron que no querían oír hablar de eso. De acuerdo, no les estaba contando las visiones de Santa Faustina, o de los Santos. Jacinta y Francisco Marto. Simplemente se les dijo que si elegimos el camino del pecado terminaremos en el infierno.
Tal vez queramos escuchar que no importa cuán defectuosos seamos, siempre tendremos una oportunidad de salvación, incluso después de la muerte. Incluso podríamos creer que "no somos tan malos". Entonces, ¿qué somos? ¿Qué soy yo?
Oramos, cierto. Y también hacemos buenas obras, cierto. Pero, ¿por qué hacemos esas obras? Tantas cosas buenas para elegir. ¿Le pido a Dios que me muestre cuál es el camino que Él quiere que siga? ¿O voy como me plazca pensando que todo está bien? ¿También tengo la intención correcta cuando hago estas obras? Al final del día, ¿serví a Dios? ¿O serví a mi ego?
Como humanos, tenemos el gran talento de engañarnos a nosotros mismos pensando que siempre tenemos la razón. Por eso es importante tener un director espiritual que nos guíe por el camino correcto.
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