Un sábado, Jesús entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los escribas y fariseos estaban acechando a Jesús para ver si curaba en sábado y tener así de qué acusarlo.
Pero Jesús, conociendo sus intenciones, le dijo al hombre de la mano paralizada: “Levántate y ponte ahí en medio”. El hombre se levantó y se puso en medio. Entonces Jesús les dijo: “Les voy a hacer una pregunta: ¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado: el bien o el mal, salvar una vida o acabar con ella?” Y después de recorrer con la vista a todos los presentes, le dijo al hombre: “Extiende la mano”. El la extendió y quedó curado.
Los escribas y fariseos se pusieron furiosos y discutían entre sí lo que le iban a hacer a Jesús.
REFLEXIÓN
“Extiende la mano”
No estoy seguro de por qué, pero era travieso cuando era niña. Si me decían que no, hacía lo contrario. Si me decían que me detuviera, continuaba. Entonces, estando en una escuela católica, cuando escuché las palabras, "Extiende tu mano", sabia lo que venía y que me lo merecía.
El hombre de la mano seca se acercó a Jesús en la sinagoga. Los escribas y los fariseos estaban observándolo desde cerca, y fue la total confianza del hombre en Jesús, que eludió a los fariseos cuando Jesús le pidió que se acercara. Por mi parte, para mantener la paz, habría hecho arreglos para encontrarme con el hombre al día siguiente o en otro lugar. Sin embargo, Jesús, lleno del amor de Su Padre y siempre haciendo Su Voluntad, tenía el control total sobre estos fariseos despreocupados.
Y entonces no solo hace que el hombre se pare frente a la sinagoga, mostrándoles a todos que este hombre era un miembro de pleno derecho de la sociedad, sino que también lo curó. El hombre es libre para estar de pie, libre para adorar, libre para ser parte de la sinagoga sin miedo.
El amor y la misericordia sanaron la mano del hombre: una señal externa de que no solo fue sanado físicamente, sino que la sanidad más importante fue su alma y estar bien con Dios.
Y ahora, sin ningún temor, como en mi juventud, extiendo mi mano - a Dios - en adoración y adoración, para ayudar a mi prójimo, extendiendo las manos en oración, o sosteniendo el rosario en oración por las vocaciones, sacerdotes, el por nacer, y para que todo el mundo conozca acerca de Dios. Pero lo más importante para mí, la mano salvífica de Jesús crucificado en la cruz, me alcanza con perdón, amor y misericordia.
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