En aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron que era Jesús el nazareno, que iba de camino. Entonces él comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”
Entonces Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” Él le contestó: “Señor, que vea”. Jesús le dijo: “Recobra la vista; tu fe te ha curado”.
Enseguida el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.
REFLEXIÓN
“¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”
Y al oír que pasaba una multitud, el ciego dijo: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!" pero la multitud lo reprendió.
Hay momentos en nuestras vidas en los que somos el pobre mendigo ciego. Pero, a veces, somos la multitud que no presta atención a la persona que está a nuestro lado ni a su difícil situación. Hoy nos enfrentamos a crisis cada vez mayores: pérdida de salud, vejez, pérdida de hijos, pérdida del matrimonio, pérdida del hogar, pérdida del trabajo y pérdida de la fe. Todos estamos necesitados frente a Jesús, pero algunas personas no tienen voz ni capacidad para luchar por sí mismas. Son pobres y discapacitados. Algunos incluso pueden pensar que no tienen derecho a molestar a Dios con sus problemas.
Hay mucha gente sentada al costado de la carretera, pidiendo ayuda a gritos. Pero nos asustan, ya sea por su comportamiento o por sus elecciones en la vida, como el alcohol, las drogas, las opiniones sociales, las enfermedades mentales. No podemos relacionarnos con sus problemas, ni tenemos la paciencia ni el amor.
Pero están pidiendo ayuda a gritos, tal vez no verbalizando como tal. Como Jesús, podemos detenernos y hacer todo lo posible para ayudarlos. No les predique, pregúnteles cómo podemos ayudar, y ore continuamente con la confianza de que el Señor está escuchando sus súplicas.
Que todos veamos la presencia de Dios en nuestras vidas y en la vida de los pobres. Que veamos lo que Dios quiere que hagamos, que veamos la bondad del Señor. Que podamos ver nuestra fe en acción con nuestro prójimo.
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