En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Pero Jesús le contestó: “Amigo, ¿quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?”
Y dirigiéndose a la multitud, dijo: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”.
Después les propuso esta parábola: “Un hombre rico tuvo una gran cosecha y se puso a pensar: ‘¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?’ Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”.
REFLEXIÓN
‘¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?’
San Ignacio de Antioquía (también llamado Ignacio Teóforo (griego: portador de Dios) fue el segundo obispo de Antioquía. Fue arrestado, condenado a muerte y transportado a Roma para ser arrojado a las fieras en la arena. Escribió 7 cartas a diferentes iglesias cuando fue transportado a Roma, se le conoce principalmente a través de sus escritos, en una de sus cartas anotó que los guardias que lo transportaban desde Antioquía eran como leopardos, que cuando eran tratados con amabilidad solo se comportaban peor.
También reprendió a las iglesias por interponerse en el camino de su muerte pendiente.
"Te suplico: no me muestres bondad inoportuna. Déjame ser comida para las fieras, porque ellas son mi camino hacia Dios... Ningún placer terrenal, ningún reino de este mundo puede beneficiarme de ninguna manera. Prefiero muerte en Cristo Jesús para dominar hasta los confines de la tierra. El que murió en nuestro lugar es el único objeto de mi búsqueda. El que resucitó por nosotros es mi único deseo".
"Mi deseo es pertenecer a Dios. No me devolváis, pues, al mundo. No tratéis de tentarme con las cosas materiales. Déjame alcanzar la luz pura... Dame el privilegio de imitar la pasión de mi Dios, si lo tienes en tu corazón, comprenderás lo que deseo... El príncipe de este mundo está decidido a apoderarse de mí y a socavar mi voluntad que está resuelta en Dios... No hablen de Jesucristo mientras amen este mundo. No abriguen pensamientos de envidia..."
La codicia y la posesividad son algunas de las causas por las que no queremos dejar este mundo. Nuestras vidas no consisten en la abundancia de nuestras posesiones. Pero de alguna manera pensamos y actuamos como si lo hicieran. ¿Cuántos pares de zapatos tengo? ¿Cuánta ropa necesito? ¿Estamos poseyendo para impresionar? ¿Necesito tantos coches? ¿Como en exceso? ¿Diezmo? ¿Quiero una casa nueva con todas sus trampas? ¿Cuántas viviendas necesito?
Usted también puede hacer su lista de por qué amamos las posesiones. ¡¡Pero lo hacemos!!
¿Qué es lo contrario de la codicia? Según San Agustín, es el amor. San Agustín dice que en lugar de pedir: "Maestro, dile a mi hermano que se reparta la herencia conmigo". Él recomienda que lo reemplacemos con "Maestro, dígale a mi hermano que él puede tener mi herencia". (Sermón 265.9) ¿Cuántos de nosotros podemos decir esto? Todavía estoy orando por esa disposición de vida.
¿Dónde está tu tesoro? ¿Qué es lo que más deseamos?
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