En aquel tiempo, al llegar Jesús a donde estaba la multitud, se le acercó un hombre, que se puso de rodillas y le dijo: “Señor, ten compasión de mi hijo. Le dan ataques terribles. Unas veces se cae en la lumbre y otras muchas, en el agua. Se lo traje a tus discípulos, pero no han podido curarlo”.
Entonces Jesús exclamó: “¿Hasta cuándo estaré con esta gente incrédula y perversa? ¿Hasta cuándo tendré que aguantarla? Tráiganme aquí al muchacho”. Jesús ordenó al demonio que saliera del muchacho, y desde ese momento éste quedó sano.
Después, al quedarse solos con Jesús, los discípulos le preguntaron: “¿Por qué nosotros no pudimos echar fuera a ese demonio?” Les respondió Jesús: “Porque les falta fe. Pues yo les aseguro que si ustedes tuvieran fe al menos del tamaño de una semilla de mostaza, podrían decirle a ese monte: ‘Trasládate de aquí para allá’, y el monte se trasladaría. Entonces nada sería imposible para ustedes”.
REFLEXIÓN
"Señor, ten compasión de mi hijo. Le dan ataques terribles."
Jesús y los apóstoles subieron al monte para orar. Ahora que han descendido, las preocupaciones del mundo y la humanidad les esperan.
A veces, cuando estoy en la Iglesia, en adoración o simplemente leyendo un buen libro religioso o rezando, me interrumpen las llamadas telefónicas, las necesidades de mi familia, mis amigos y los deberes de la casa. Es precisamente este tiempo dedicado a la oración lo que prepara a uno para atender las necesidades de nuestro prójimo.
Estamos hechos para orar y trabajar. A medida que nos acercamos a Dios, tenemos una entrega más gozosa para hacer Su voluntad. Quizás nuestros encuentros sean como el del hombre y su hijo lunático: un niño enfermo, una enfermedad dolorosa propia o alguien a quien amamos mucho, la ruina financiera o los impedimentos físicos. O tal vez surjan problemas relacionados con el tiempo, como la rotura de una tubería, la muerte de plantas, un desastre en la preparación de nuestra comida, una persona molesta, sequedad espiritual o un amigo querido que necesita más tiempo.
Dios nos prepara para estas grandes o pequeñas mortificaciones, grandes o pequeños sacrificios o humillaciones. Nos está pidiendo nuestro amor y ofreciendo nuestros dolores por nuestros pecados y la purificación de nuestras almas. Como Moisés le dijo al pueblo que no se olvidara del Señor que los sacó de Egipto y de la esclavitud. Por tanto, debemos amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas, y seguir su voluntad en acción de gracias por todo lo que nos ha dado.
Orando para que nuestras formas cotidianas de amar al Señor, ya sea un problema grande, pequeño o trivial u ordinario, se llenen sin quejas, sin amargura, sino para reparar nuestros pecados y los pecados de los demás. Oren los unos por los otros.
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