En aquel tiempo, Jesús descendió del monte con sus discípulos y sus apóstoles y se detuvo en un llano. Allí se encontraba mucha gente, que había venido tanto de Judea y de Jerusalén, como de la costa de Tiro y de Sidón.
Mirando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo:
“Dichosos ustedes los pobres,
porque de ustedes es el Reino de Dios.
Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre,
porque serán saciados.
Dichosos ustedes los que lloran ahora,
porque al fin reirán.
Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas.
Pero, ¡ay de ustedes, los ricos,
porque ya tienen ahora su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora,
porque después tendrán hambre!
¡Ay de ustedes, los que ríen ahora,
porque llorarán de pena!
¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe,
porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!”
REFLEXIÓN
"Su recompensa será grande en el cielo"
Nos dicen que podemos lograr todo lo que queramos. ¡Podemos hacerlo! Muchos creen esto con sus implicaciones subyacentes de que “puedes hacerlo por tu cuenta”. Algunos tendrán éxito y otros fracasarán. Algunos tenían los talentos o dones naturales, otros no.
Debemos conocer nuestras debilidades y limitaciones y lo que podemos y no podemos lograr en esta vida.
¿Qué pasa con nuestras almas? ¿Nos atrevemos a intentarlo por nuestra cuenta? ¿Arriesgarnos a quedarnos atrapados en medio del desierto, con espejismos a nuestro alrededor? ¿O buscamos las aguas vivificantes que Dios tiene reservadas para nosotros?
Jesús nos ha prometido que Él es el camino, la verdad y la luz para nuestra santificación. Nuestros esfuerzos humanos solos sin Dios no servirán. Niéguese a desanimarse sin importar dónde se encuentre en este momento. Todos los que confían y siguen al Señor no tienen miedo. Dios sabe que estás ahí. Él sabe lo que necesitas.
Bienaventurados los que esperan en el Señor. No importa lo que veamos en el exterior, es lo que a Dios se le permite hacer a través de Sus gracias en el interior lo que cuenta. Nuestros aspectos negativos pueden ser oportunidades para mostrar el amor de Dios en nosotros en el trabajo.
Todos los santos oraron por la unidad con Dios. Pidieron y recibieron este don perseverante. El cielo no se puede alcanzar por su cuenta. Vivían como niños agradecidos.
¿Queremos una relación personal y profunda con Dios? Suéltate a ti mismo, a tu vida y busca al Señor a través de tu vocación dada. Amar como hijos adoptivos de Dios, enseñados por Él lo que es el verdadero amor. Comenzamos con pequeños pasos y luego grandes zancadas hacia Él mientras nuestras almas aman como Él.
Dios ha grabado nuestros nombres en la palma de Su mano. Sólo a través de Su ayuda se puede alcanzar la santidad. Entonces podremos vivir gozosamente por la eternidad con Dios.
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