En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: ‘¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador’. Entonces el administrador se puso a pensar: ‘¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan’.
Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: ‘¿Cuánto le debes a mi amo?’ El hombre respondió: ‘Cien barriles de aceite’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta’. Luego preguntó al siguiente: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’ Este respondió: ‘Cien sacos de trigo’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo y haz otro por ochenta’.
El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz’’.
REFLEXIÓN
El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad
En la Dekaena, día 3, leemos que Dios se queja de que muchas almas andan buscando placeres fugaces y miserables en las criaturas y lo abandonan, que es el bien infinito y la fuente de toda alegría.
El mayordomo aprendió por las malas cómo se había equivocado. Había malgastado su puesto y pronto sería dejado de lado. Si hubiera hecho lo correcto, habría conservado su trabajo.
Una vida oculta y oscura haciendo bien su trabajo le habría brindado seguridad, porque ¿quién lo presenciaría entonces haciendo mal?
Muchos santos, imitando a Jesucristo, se retiraron al desierto lejos de la alabanza y la estima de los hombres, pero hicieron la obra del Señor.
Desprendámonos de la ambición, el prestigio, la estima y dejemos que nuestras almas empobrecidas descansen en nuestro Dios porque es por Él que vivimos.
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